Seguramente 2023 sea recordado como el año en el que la Inteligencia Artificial (IA) se hizo accesible para cualquier usuario y se incorporó al vocabulario habitual de todos los mortales.
Aunque aún es imposible predecir qué pasará con la IA en un año, en un mes o quizás en una semana, tal como dijo Warren Buffett lo que sí está claro es que “No podremos desinventarla”.
Entonces tendremos que aprender a convivir con esta tecnología de manera efectiva esperando que los efectos positivos superen a los negativos, entre los que se incluyen principalmente un alarmante impacto sobre gran cantidad de empleos, la desinformación producto de la imposibilidad de detectar fake news, el impacto sobre los procesos de aprendizaje y las posibles aplicaciones bélicas, entre otros puntos.
En los distintos planos, como personas tendremos que encontrar estrategias para agregar valor a nuestra experiencia humana tomando en cuenta los puntos que al menos hoy no pueden ser replicados. Plasmar estos puntos diferenciales en nuestra estrategia hará la diferencia entre mantenerse relevante o ser un recuerdo.
La IA no tiene propósito propio, ni voluntad, ni creatividad, ni iniciativa. Ese espíritu que nos moviliza y que permite que tengamos pensamiento crítico y la posibilidad de adaptar nuestra forma de ser todavía no fue replicado. Lo mismo podemos decir de la generación de nuevas ideas.
La IA por ahora tampoco pueden emular habilidades sociales como la capacidad de escuchar a un interlocutor y entender que es lo que sienten y piensan o generar rapport. Lo mismo pasa con la capacidad de entender un contexto o interpretar elementos tácitos presentes en una interacción humana.
Por último y aunque parezca contra fáctico, se requiere contar con know-how y distintos conocimientos de base previo a interactuar con una IA para poder tener un resultado certero a temas específicos.
Sobre estos pilares de humanidad tendremos que construir nuestra nueva posición frente a un mundo en el que los desafíos se multiplican. Podemos hacerlo.